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Una vez que han pasado los festejos tradicionales de la Navidad, los preparativos para la celebración de fin de año no se hacen esperar,  el trajín propio de este intenso tiempo deja pocos espacios para reflexionar, especialmente acerca de lo que se ha vivido durante el año que ya finaliza. Sin embargo la llegada de la noche última del ciclo, abre la mente a soñar, a esperar lo nuevo que se avecina con muchos buenos deseos y esperanzas, este precisamente es el momento para detenerse a mirar lo que se deja atrás. Quienes estamos siempre esforzándonos por seguir tras la senda del Niño que hemos festejado hace solo unos días, contemplaremos las experiencias vividas buscando aprender de ellas y encontrando en cada una, Su Divina Presencia.  Y nos propondremos para el Nuevo Año, estar alertas en lo cotidiano a seguir en pos de esas ‘estrellas’ que llevan a Dios; estemos despiertos porque está en medio de nosotros, invitándonos a echar las redes en su nombre.

Echa las redes
Desde que Tú te fuiste
no hemos pescado nada.
Llevamos veinte siglos
echando inútilmente
las redes de la vida,
y entre sus mallas
sólo pescamos el vacío.
Vamos quemando horas
y el alma sigue seca.
Nos hemos vuelto estériles
lo mismo que una tierra
cubierta de cemento.
¿Estaremos ya muertos?
¿Desde hace cuántos años no nos hemos reído?
¿Quién recuerda la última vez que amamos?

Y una tarde Tú vuelves y nos dices:
«Echa la red a tu derecha,
atrévete de nuevo a confiar,
abre tu alma,
saca del viejo cofre
las nuevas ilusiones,
dale cuerda al corazón,
levántate y camina».
Y lo hacemos sólo por darte gusto.
Y, de repente, nuestras redes rebosan alegría,
nos resucita el gozo
y es tanto el peso de amor
que recogemos
que la red se nos rompe cargada
de ciento cincuenta esperanzas.
¡Ah, Tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,
camina sobre el agua
de nuestra indiferencia,
devuélvenos, Señor, a tu alegría

José Luis Martín Descalzo